Nos encontramos ya de lleno en la era de la tecnología y, por lo tanto, la constante y rápida evolución tecnológica conlleva una continua adaptación por parte de las empresas, ya que éstas buscan innovar y alcanzar mejoras competitivas en su operativa y resultados. La informática es vital en muchas áreas de la empresa, por ejemplo en la gestión de clientes y proveedores, en la facturación, y en la gestión logística, entre otras.
La gran mayoría de directivos no son conscientes de cuánto se destina a gastos tecnológicos, ni mucho menos de cuál es el retorno de esa inversión. A veces se invierte en tecnología por seguir la tendencia actual, sin tener en cuenta las necesidades estratégicas de la propia empresa, hecho que provoca tener que asumir unos gastos innecesarios.
Los costes que supone este ámbito en la empresa, son los derivados del mantenimiento y renovación de la infraestructura (amortización, seguros, actualización, etc.), los de reparación, los de protección, los de recuperación de datos, y los del personal asociado. Por ejemplo, cuando se implanta un nuevo software, conlleva un tiempo, un proceso de formación para el personal de la empresa y una menor productividad durante ese periodo.
El almacenamiento de datos de la empresa también implica un gasto de consumo de energía que suele ser un coste fijo “oculto”. Cuando no se prevé esta parte tan importante, podemos encontrarnos con el imprevisto de afrontar gastos extra derivados de copias de seguridad mal hechas, caídas del sistema, etc.
Además, las soluciones tradicionales necesitan mantenerse a una temperatura determinada para poder trabajar a un ritmo constante y efectivo durante todo su ciclo, con el consiguiente consumo energético.
El cloud computing evita esta serie de desventajas o de lamentaciones a posteriori, ya que optimiza la gestión tecnológica, aumenta la productividad, aporta una mayor seguridad y eficiencia, y un importante ahorro en costes.
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